Esaú Fernández, con la oreja cortada a su primero.

Esaú Fernández, con la oreja cortada a su primero. / Juan carlos vázquez

Como es tradicional con la corrida de Miura se puso fin a la Feria de Abril. Una feria triunfal en números: se han cortado más orejas que nunca, más Puertas del Príncipe que nunca, más vueltas al ruedo que nunca. Y la plaza se ha llenado más veces que nunca. Los taurinos estarán satisfechos. Los aficionados, no tanto. Ha sido la Feria de un público festivo, de la ausencia del aficionado, de la dejación de funciones por la autoridad, del toro sin trapío y de las orejas regaladas. Esta es la fiesta que nos ofrecen los taurinos, ahora por fin los amos de la misma, sin que nada ni nadie los controle. Es la famosa autogestión. La fiesta sin exigencia. Es volver al Cordobés cortando rabos y patas, Matías Prats -ahora Onetoro, la televisión del régimen- radiándolo desde la barrera, la crítica independiente silenciada y los turistas llenando el tendido. Es lo que hay.

Los toros de Miura han cambiado mucho su presencia en los últimos años. Lejos quedan ya aquellos años de toros altos y largos, berrendos, girones, salineros o sardos. Ahora salen todos más bajos y cortos, predominando casi exclusivamente los pelos negros, cárdenos y colorados. Entre los aficionados siempre se ha dicho, aunque es un rumor nunca confirmado, que en su día la casa Miura echó un toro navarro, otro de saltillo y otro de tamarón. Si es verdad parece que es esa línea la que está ahora prevaleciendo en la selección. En todo caso, la corrida, pareja y bien presentada, resultó brava en el caballo si bien en la muleta resultó, como el público espera de una corrida de esta ganadería, dura con sentido, sin humillar ni pasar, reponiendo y alargando el cuello, impidiendo el lucimiento de los toreros.

Estos, los tres, estuvieron dispuestos toda la tarde. Recibieron a los toros a portagayola. El Fandi y Escribano pusieron banderillas, destacando sobre todo un par de este último al quiebro muy cerrado a tablas. Es una pena que otros muchos toreros no pongan banderillas aun poniéndolas muy bien. La faena no se debe centrar en la muleta y es necesario dar la importancia que tiene a los otros tercios. En la muleta estuvieron valientes aguantando las descompuestas embestidas de los miuras, adoleció El Fandi de esperar la embestida con la muleta atrás en actitud defensiva y no echar la muleta alante como, con valentía, intentó hacer Escribano. Cortó una oreja Esaú Fernández, muy firme con el peligroso tercero, pisando terrenos muy comprometidos, al que consiguió robar una serie de mucho mérito para matar de una magnífica estocada que le valió la oreja. Si El Fandi y Escribano hubiesen matado sus toros también la hubiesen cortado. Desde luego, más meritorias que muchas otras que se han cortado en esta feria.

En el último toro, como ocurre desde hace unos años -toda persona necesita su minuto de gloria- los clarines tocaron de manera especial y la plaza se puso a aplaudir enloquecida. Así está esta plaza, deseosa de aplaudir hasta cosas que no pasan en el ruedo. Al salir, una gran aficionada, con sangre taurina en sus venas, me dijo, con tristeza en sus ojos: “Esto ya no es Sevilla”. Y, con la misma tristeza, le contesté: “Ni esta fiesta es la que nos enseñó nuestro padre”.

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