La música del porvenir

Todo el desarrollo de la música del XIX y parte del XX está apuntalado en la Novena sinfonía

Se cumplen doscientos años del estreno de la obra musical más importante de toda la historia de Occidente. El 7 de mayo de 1824 unas dos mil personas escucharon por vez primera, en el Hoftheater de Viena, la Novena sinfonía op.125 en re menor de Ludwig van Beethoven. La partitura, de colosal duración y desarrollo, incluía junto a la orquesta la voz humana con coros y solistas, algo inexistente hasta entonces en las sinfonías. En el mismo concierto se interpretaron también la obertura La consagración del teatro y el Kirie, Credo y Agnus Dei de la monumental Misa en re, obras todas del último período creativo del compositor. Un concierto de casi tres horas de duración, todo él con una música de intensidad expresiva paroxística, que exige del oyente un empeño en la atención continuado y sin tregua. El éxito fue inmediato y desde entonces la Novena no es solo considerada el testamento artístico de Beethoven, es también el emblema supremo de nuestra Cultura, como la Capilla Sixtina de Miguel Ángel o la Crítica de la razón pura de Kant. Todo el desarrollo posterior de la música del XIX y parte del XX, desde la totalidad del Romanticismo hasta otros movimientos posteriores, está ya apuntalado en la Novena sinfonía y en otras obras del último Beethoven como los seis cuartetos postreros y la citada Misa; de Brahms a Wagner, de Debussy a Mahler, de Stravinsky a Shostakovich. Y lo está con una autenticidad, verdad y fuerza expresiva la mayoría de las veces superior a la música posterior; es la energía arrolladora de la novedad cuando surge desde la verdadera emoción, y en el caso de Beethoven es algo incuestionable, una verdad que se desvela para el asombro del oyente, de una humanidad entera, atónita y estremecida. La Novena es también una obra con mensaje político, pues aspira a un imposible perseguido durante milenios por una humanidad torturada, víctima de sus ambiciones y condición de bestialidad. Desde su estreno y hasta hoy, distintos regímenes –de signos políticos muchas veces dispares- han usado la Novena como símbolo sonoro de sus aspiraciones y anhelos. En ella se han mirado y se miran los colectivos humanos de toda especie y condición. Sirvan como ejemplo las míticas versiones de Furtwängler –acaso las mejores de la historia-, algunas con motivo de los cumpleaños de Hitler, o su reciente adopción como himno de la Unión Europea. El propio Beethoven no imaginaría llegar tan lejos en el devenir de la historia, semejante estatus de aclamación y consenso. O quizá sí.

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