Una raya en el mar

Ruido

Porque a la gente todo lo que se diga sobre este asunto le suena a ruido, tan lejano como Saturno, excepto a sus señorías

Lo suyo fue mala pata. Vamos a ver, en los 43 años que Ábalos dice llevar en política podría haber sido víctima del covid-19, o podría haberse caído por el hueco del ascensor sin que eso hubiese despertado hoy entre los compañeros de partido más que cierto alivio. Pero el azar lo ha mantenido vivo hasta que lo ha atropellado un corrupto.

Podría haber asaltados los cielos aceptando su error político, pero tras su decisión movida por la desconfianza hacia el partido que le aupó, como la cola cortada de la lagartija, ha preferido seguir culebreando un rato más, justo el que dure esta legislatura de montaña rusa.

Así, un frío día de febrero, envuelto en su bufanda de pashmina se atrinchera frente al toro de todo el poder político de manera desafiante, abrupta y salvaje, como si proclamara mártir político de su propio partido y, para demostrar su probidad, se lanza al ruedo mediático con ferocidad verbal y picaresca.

Mientras, por un lado en el Congreso, sus señorías los diputados que tienen en sus manos nuestra libertad y el futuro de la democracia, en el corazón de la soberanía nacional, transforman la política en trinchera personal, vengativa y ofuscada, que nada tiene que ver con los problemas de los ciudadanos.

Por otro lado, sus señorías del Tribunal Supremo, en una lucha de poder contra poder, se enfrentan a una mayoría parlamentaria, sin tener en cuenta las consecuencias que tienen sus actos en nuestras vidas. Unos y otros, en pequeñas dosis como el veneno, potencian la vigilia de la crispación social. Y, de fondo, el discurso de la corrupción baja como agua santa hasta los ciudadanos, como si quisieran hacérnosla tragar como verdad revelada.

Pero el Congreso ya es una trinchera de odio y venganza, un monstruo de diputados egoístas que cabalgan sobre palabras encendidas como si nada pasara en la vida de este país, salvo lo que pasa dentro de cada partido, inmaduros como las frutas de invernadero que no cuajan nunca porque pasan de verdes a podridas.

Mientras, la España que madruga, la gente que cabalga a duras penas cómo llegar a fin de mes, la gente del latir incierto que tienen los distintos lenguajes de la precariedad laboral, la gente consumida por el trabajo y a la gente sin trabajo, gente sin dietas extras de asistencia, ni secretaria particular, ni chofer exclusivo, ni asesores se pregunta quién coño fue el insensato que confió en Koldo García, o quién coño fue el insensato que confió en Ábalos. Porque a la gente todo lo que se diga sobre este asunto le suena a ruido, tan lejano como Saturno, excepto a sus señorías.

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