In-comunicados

Un grave problema de comunicación es no recordar que el otro no está en nuestra cabeza

Lllegada la hora del almuerzo la señora determinó sentarse en el restaurante y se decidió por una sopa que prometía. El camarero, solícito, le alcanzó el plato tan pronto se lo marcharon. Pasados unos minutos la clienta hizo una señal al hombre. -¿Podría probar la sopa, por favor?- le dijo. Éste, buen profesional, contestó en seguida. -¿No le ha gustado, prefiere que se la cambie por otro plato?-. La comensal, con gesto adusto, insistió. - Le pido que pruebe la sopa- . Algo incómodo el metre intentó seguir averiguando cuál era el problema. -¿Tal vez está fría o demasiado caliente?-. La clienta, con un tono visiblemente irritado, ordenó: - ¡Pruebe la sopa!- El camarero, viéndose acorralado, hizo ademán de sentarse y al tratar de saborear el caldo la señora espetó: -Ve como no puede, me falta la cuchara-.

Esta breve historia, contada por Jorge Bucay, pone de manifiesto el principal problema de comunicación. Rara vez recordamos que el otro no está ni en nuestra cabeza ni en nuestra situación. A todos nos resulta obvio que, salvo que quisiera fastidiar (que también los hay), hubiera sido más funcional pedir desde el principio el cubierto que faltaba. Pero, aunque no lo veamos o nos cueste reconocerlo, replicamos muchas veces este principio de comunicación errónea. Al final sucede que nos molestamos con nuestro interlocutor y nos enrocamos en una posición cuando el de enfrente sólo acierta a mirar confundido mientras trata de buscar lo que a su juicio explicaría semejante comportamiento.

El mundo que habitamos está en nuestra mente. Sometemos cualquier hecho objetivo al tamiz de nuestras circunstancias, experiencias, personalidad y estado de ánimo. Así, con un mínimo de cuatro filtros íntimos, la interpretación final puede distar mucho de una persona a otra. Y, ojo, legítimas son ambas. Si al tratar de comunicar sólo tienes en cuenta tu mundo estarás amputando, antes siquiera de empezar, la mitad del mensaje.

Si delante tenemos un receptor que se esfuerza por entender comunicar es un acto de responsabilidad y, sobre todo, de generosidad. Exige pensar en el otro tanto como en uno mismo; requiere el esfuerzo de no desesperar y no enfadarse. Necesita, incluso, "cintura" (flexibilidad cognitiva) para readaptar el mensaje hasta que el otro lo entienda y precisa templanza para aceptar que haya quien no lo comparta.

Comunicar no es sermonear ni predicar. Es, en esencia, amar.

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