Viaje a Irán | Crítica

Irán más allá de Irán

  • Tudela Aranda ejerce de cicerone, entre el guía de estilo azoriniano, el “cazador de instantes” y el miniaturista persa

Una fotografía tomada en la ciudad de Khaf, en Irán.

Una fotografía tomada en la ciudad de Khaf, en Irán. / Rouzbeh Fouladi / EP

Va más allá de la onomatopeya y el mero juego de palabras el título de la presente. Quiere decirse que con ello se invita al lector no sólo a adentrarse culturalmente –incluso cromáticamente– en Irán, sino que el propio lector podrá ir más allá de lo que hoy atenaza a Irán, país vinculado –o casi secuestrado– por los tópicos del subconsciente moderno y las noticias poco amables de los telediarios.

Cierto es que cuesta hoy repensar Irán sin su reciente legado. Todo lo que va, en fin, de la boda en papel couché del Sha con Farah Diba, la Revolución de los ayatolás, la teocracia chiíta, el cruento legado de la guerra Irán-Irak, los tentáculos militares y políticos de hoy sobre Siria, Líbano o Yemen, el odio ingénito a Israel, hasta la actual contestación de los jóvenes –el caso de la joven Mahsa Amini–, pasando, más agradablemente, por el exitoso cine iraní, desde Kiarostami hasta Asghar Farhadi o Marjane Satrapi. Todo esto es Irán, sí; pero como también lo es el zoroastrismo, los versos de Omar Jayam, Saadi o el gran Rumi (el guía de los sufíes), las hermosas mezquitas, Sadeq Hedayat y su clásico El búho ciego, los miniaturistas persas, las ciudades de ensueño como Persépolis o Isfahán, los rituales del pietismo chií, etc.

Este Viaje a Irán del jurista zaragozano, bibliófilo y viajero José Tudela Aranda nos adentra, pues, en la milenaria cultura del país de los persas. Pero lo hace sin menoscabo, como decimos, de los apuntes que en esta hora urgente agitan a la joven sociedad iraní. Dice Juan Manuel Bonet en su prólogo que Tudela escribe cual “cazador de instantes”. El autor atraviesa desiertos, recrea zigurats, divisa torres del viento y torres del silencio. Capta el gesto del oriundo local y une paisaje y paisanaje en una misma plástica de sentidos. El color de Irán, como crisol de estado, es el negro (veladura que impone la teocracia), pero Tudela Aranda nos revela el fabuloso azul cobalto del arte musulmán, los cromáticos tejidos, las alfombras vivaces o, como dice Bonet, alguna que otra pared “rojo rothkiano” (nosotros, desde el polémico cartel del Resucitado en adelante, lo llamaremos como rojo Salustiano).

Viajar está hoy merecidamente desacreditado por culpa del turismo voraz. Pero hay viajes y viajes, como los que se describen aquí, donde aparece Isfahán, meta y ensueño, destino y confín voluptuoso de todo viajero.

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