Libros

Fernanda García Lao: “Nadie puede escribir si no se ha sentido antes un paria”

  • La autora argentina afincada en España publica 'Teoría del tacto' (Candaya).

  • "Todos los cuentos son morales, aunque presuman de su inmoralidad", asegura la narradora

La escritora Fernanda García Lao (Mendoza, Argentina, 1966).

La escritora Fernanda García Lao (Mendoza, Argentina, 1966). / D. S.

Fernanda García Lao sabe que sólo se puede escribir desde la herida, el dolor, el desarraigo. En Teoría del tacto (Candaya), esta narradora, dramaturga y poeta argentina afincada en España firma un libro descarnado y hermosamente fiero en el que indaga en los seísmos y monstruos que acechan en la intimidad. Un retrato sin concesiones de la familia y otras catástrofes que se cierra con Mis dos hemisferios, un emocionante texto autobiográfico en el que recrea su adolescencia como exiliada.

–Uno de los personajes de Teoría del tacto asegura que "vivir no es sinónimo de felicidad".

–No [ríe]. Tal vez sí, pero no en este libro. Hay algo medio obsceno en escribir sobre la felicidad, o eso pensaba, porque quizás ahora que se la echa tanto en falta habría que cambiar los paradigmas. A mí siempre me ha interesado la oscuridad, es un terreno que voy bordeando y al que le pregunto cosas nuevas cuando puedo.

–En el primer texto se dice: "Las palabras están crudas. Si las pruebo, ¿me enveneno?". En la siguiente página alguien se pregunta "cuántas veces puede matar un libro". Parece casi un aviso para los lectores: nadie sale indemne de su literatura...

–Bueno, eso espero [ríe]. Estos cuentos son breves e invitan a entrar en ellos, pero esa apariencia es como una trampa para despistados. El lector piensa que puede leerse el libro de una sentada, y no sabe que hay que pararse a respirar entre cuentos. Yo sí creo que las palabras son venenosas, de hecho hay un montón de malentendidos en la vida en torno a lo dicho, a la palabra dada, incluso cuando nos hablamos a nosotros mismos. En el libro hay mucha gente empantanada en el relato propio, intentando desentrañar su ovillo. Somos Penélopes enredadas todos nosotros, enfrentados a nuestros pensamientos en espacios pequeños.

"Yo no vengo a señalar lo que está bien o mal, pero la gestación subrogada me plantea muchas preguntas”

–Un sentimiento muy propio de los tiempos del Covid.

–Los cuentos fueron escritos durante la pandemia, pero yo no la quería ni nombrar, la considero una palabra que debilitaría cualquier texto. Esa sensación de asfixia también tiene otro motivo, y es que vengo del teatro, y allí los personajes tienen una escena única: están encerrados y a la vista. Se me quedó algo de ese mecanismo de construcción para la narrativa. Tenemos a los personajes como si fueran actores mostrándonos lo que les sucede en loop.

–También la familia, la pareja, son en su mirada entornos muy claustrofóbicos.

–Cuando estás condenada a repetir en circuito una conversación, una serie de acciones con los mismos personajes eso se degrada sí o sí [ríe]. Me dicen a menudo: Pero qué mirada tan cruel tienes sobre la familia. Y yo les respondo: Chicos, ¿en qué mundo viven? [ríe]

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

–El cuerpo tiene mucha importancia en sus historias. Hay un cuento, Persona en alquiler, sobre la gestación subrogada, y en el título ya expresa su opinión sobre ese asunto...

–Esa cuestión encierra todo un dilema moral. Para mí, todos los cuentos son morales, incluso cuando una narración es amoral está señalando su amoralidad o su pretensión de ir por fuera de la norma. A mí hay algo que me interesa trabajar, preguntarme: si alquilamos el útero podemos alquilar cualquier otro sector de nuestro cuerpo. Creo que la explotación uterina tiene mucho que ver con lo patriarcal. Ahora en Argentina, este monstruo [Javier Milei] que no quiero nombrar, porque es como un virus que si se nombra se sigue propagando, habló en su campaña del mercadeo de órganos. Podemos ser diseccionados para la compra-venta. Si no tenés plata podés poner precio a tu riñón. ¿Cuánto vale el kilo de persona? A mí me parece muy inquietante esto de alquilarse para crear vida por encargo. Yo no vengo a señalar lo que está bien y lo que está mal, pero tengo mis preguntas.

–Otro tema que aborda en relatos como Cajonera o Yeso es el abuso infantil.

–Me llama la atención que deba ser la abusada o el abusado el que deba asumir esa voz y los demás hagamos como que eso no nos interesa. Que a mí no me haya sucedido no significa que el problema no esté ahí. Trato el tema con rabia y desconcierto, porque la ficción no puede plantear soluciones ni hacer pedagogía.

–Ha aludido antes a su experiencia como dramaturga, y la protagonista de uno de los relatos apunta: "Me casé con un señor que me salvó de la miseria, es decir, del teatro".

–Siempre me río porque digo que me fui del teatro a la literatura. ¡No saldré de pobre nunca! Efectivamente, yo me casé con un señor... [ríe] No para que me salvara del teatro, pero me gusta tomarme el pelo. Aquello no funcionó, por supuesto. Pero la miseria, paradójicamente, es muy rica. Yo creo que nadie podría escribir si no ha pasado un día de hambre, si no ha sido paria en su familia, si no ha tenido una herida... ¿De qué vas a hablar entonces? ¿Desde qué lugar vas a hacerlo? La figura de la escritora o el escritor en un pedestal a mí no me interesa. Esa posición de supuesto respeto, inconmovible, no me atrae nada. Me gusta no respetar el lenguaje, ni los tabús, yo me lanzo como una mosca al azúcar hacia lo que no debo...

"Creo que las palabras son venenosas. De hecho, hay un montón de equívocos en torno a lo dicho”

–Cuenta que cuando abandonó Argentina en 1976 tuvo que escoger un libro y eligió Tom Sawyer. ¿Qué obra se llevaría ahora consigo?

–Me vine hace año y medio a España, y antes estuve cuatro meses en Praga, y debí hacer una selección. ¡Y esta vez fueron 30 libros! Mi capacidad de síntesis es inversamente proporcional a la edad... Mi madre murió en 2019, y ahora se me ocurre un libro que era de ella. Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal, que además era un autor checo. Yo estaba en Praga y viajé a España para presentar Sulfuro, y me dije: ¿Pero yo qué hago allá? Me considero un 70% argentina y un 30% española, pero me siento muy cómoda acá. Pero marcharte de tu país, del lugar donde vives, y yo lo he hecho varias veces, que soy como una deportista del trauma [ríe], te da un aprendizaje: entiendes que ya nunca serás de ningún sitio del todo. Una vez que te has ido ya no vuelves a ser quien eras. Ni vos sos la misma, ni las ciudades son como las recordabas.

–En ese cuento, Mis dos hemisferios, recuerda que el fallecimiento de su padre la empujó a la literatura. "Contra la muerte, decido escribir".

–También fui madre contra la muerte. Me quedé embarazada, y lo sentí como una conversación con la muerte: Vos te llevás y yo traigo. Mi primera hija, pobre, fue como una causa [ríe].

–Cuando vino en los 70, una maestra la humillaba por su deje argentino y se propuso corregir su acento...

–En mi primera visita a España yo fui muy disciplinada, cambié mi forma de hablar, pero ahora ya no pienso serlo, lo siento. Hoy defiendo mi mezcla y sé que es una riqueza. No hablo más de tú ni aunque me apunten con una pistola [ríe].

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