Luces y razones

Antonio Montero Alcaide

Singular hermosura

Singular hermosura

Singular hermosura / Javier Alonso

La belleza suele estar sujeta a cánones, a modelos, reglas o proporciones que establecen la perfección o el ideal. De ahí que las exuberancias barrocas, tan excepcionalmente representadas en el cuadro Las tres gracias, de Rubens, casen poco como las estilizadas y hasta enclenques figuras de los gustos posmodernos. Sin embargo, abierto el libro de los gustos, verdad es que este nunca acaba de escribirse. O, si se quiere: “para gustos, los colores”. No conviene, entonces, mirarse al espejo donde no aparece el cuerpo que tenemos, sino el idealizado, ya que la materia de las ilusiones, o de los deseos, debe ser consonante con las expectativas que, sin quedar a la mano -dejarían de ser, por ello, anhelos-, no resulten inalcanzables. Si acaso, valgan la utopías, aunque se apliquen a pretensiones de bastante más alcance que el porte del cuerpo. Importa, además, la que en modo alguna es una consoladora terapia, sino un estado precisamente del cuerpo y del ánimo: estar a gusto con uno mismo. De modo que, ante un reclamo publicitario, incluso ante una excelencia artística, que tenga por objeto la belleza corporal, bien está la admiración, si es que así resulta del particular catálogo de los gustos, pero no dejar de mirarse al espejo, pues así se impide la singular hermosura del reconocerse.

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