Día de los Difuntos

En la cervantina España nació el privilegio que este día todos los sacerdotes pudieran celebrar tres Misas por difuntos

Ahora toca la lúdica noche en negro, la fiesta de Halloween y un día festivo no recuperable laboralmente dedicado a Todos los Santos canonizados en los altares o no, pero que murieron en olor a santidad y con la bendición de su santidad, que salieron de este mundo en gracia de Dios, y purificadas sus almas en el purgatorio, gozan ya de la visión divina en el cielo, respirando el sermón de nuestra montaña alpujarreña, de nuestro indaliano cielo azul del mediterráneo a ver sí obtienen desde la eternidad las gracias y bienaventuranzas a su trayectoria personal.

Dedicar estas líneas amanuenses, al día siguiente, a los difuntos de los lectores de este plausible y loable Diario de Almería y, sí se me permite por consideración, a cuántos se acercan a los medios de comunicación social. El jueves, día 2 de noviembre, Día de los Difuntos, no porque vivamos en un globalizado Valle de lágrimas ante las tribulaciones mundanas en este plurinacional, asimétrico y llorado país dividido por el secesionismo u otros hechos derivados de la falta de ética humanística y de la situación económica para muchas familias, a pesar de los subsidios, con poca o nula esperanza en un mejor mañana.

La Iglesia a la que pertenecí, piadosa madre, este próximo 2 de noviembre, debería vestirse de luto, no por su actitud aséptica ante el secesionismo, y esforzarse por aplacar al misericordioso y compasivo Dios monoteísta en favor de aquellas almas que murieron en gracia, pero que están destinadas al purgatorio para expirar la pena teológica por nuestras pecadoras almas.

En la cervantina España nació, largos siglos ha, el privilegio que este día todos los sacerdotes pudieran celebrar tres Misas por los difuntos, costumbre que se extendió a toda la Iglesia universal. En melancólico tiempo atrás y de profunda nostalgia espiritual asistía a estas misas, especialmente de infante en la iglesia de Santiago Apóstol nos vestíamos con sotana de negro ruán y brocado roquete blanco, y de joven al convento franciscano de San Agustín, el religioso revestido con los atributos propios de esta celebración litúrgica, nos expresaba desde el ambón con voz trémula penitencial de Viernes Santo, que en cualquier altar del templo que se celebrase una misa por los difuntos se sacaba un alma del purgatorio. Obituario: Requiem aeternam dona eis Domine, et lux perpetua luceat eis, requiescant in pace.

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